Ganadora del Tony y del Pulitzer, A Strange Loop es un musical que toca fibras sensibles para la comunidad negra, queer y religiosa.

A Strange Loop ha ido ganando batallas en Nueva York. Con un protagonista negro, queer y plus size no es ni remotamente el musical clásico que uno se imagina cuando le dicen «Broadway». No es un showtunes ligerito, no tiene números enormes de ensamble bailando tap, jazz o hip-hop, la trama es compleja y ciertamente conceptual, y el mensaje, camuflajeado entre comedia, es una ácida y dolorsa crítica a la violencia interiorizada de varias comunidades que de pronto pueden llegar a ser dañinas y segregativas con sus propios integrantes.

No es de sorprender que después de una corrida Off-Broadway en 2019, cuando A Strange Loop hizo finalmente su estreno en las grandes ligas, batalló duró en taquilla. Pero en 2020, Michael R. Jackson (dramaturgo) se ganó el Pulitzer y este año la producción se llevó el Tony a Mejor Libreto y Mejor Musical, y ahora, a pesar de seguir sin ser una de las más taquilleras en la meca teatrera, el teatro está lleno en un 99% de su capacidad. Cosa que ya es un logro para un pequeño musical que se sale bastante del estándar cuidadito de Broadway.

Y así las cosas: así como Spring Awakening o Dear Evan Hansen en su momento se salieron de la caja del musical feliz para indagar en lo oscuro de las emociones y traumas humanos; A Strange Loop lo hace con un nuevo grupo de complejos, fetiches y ansiedades rara vez tocados, no sólo en musicales, pero en la ficción en general. Y mete el dedo en la llaga sin censura alguna en muchas de las batallas que hombres y mujeres negros, queer y de cuerpos no hegémonicos enfrentan día a día en su búsqueda por una identidad que no forzosamente esté marcada por el esquema de lo que su comunidad les ha dicho que tienen que ser.

Usher es un usher, es decir, un acomodador. Trabaja en la obra de The Lion King en Broadway pero él sueña con ser dramaturgo y escribir un exitoso musical. La obra, que en su título contiene la palabra «loop» es, en efecto, un relato cíclico sobre un hombre escribiendo un musical, sobre un hombre escribiendo un musical, sobre un hombre escribiendo un musical. De ahí el nombre de la puesta. Y de una canción de Liz Phair, si somos objetivos.

Como una especie de Inside Out de pesadilla, Usher está eternamente acompañado por sus pensamientos más oscuros, emociones, ansiedades y preocupaciones en forma de seis integrantes de un único ensamble. Ensamble que, al ser figmentos de la imaginación de Usher, lo son todo a la vez: desde conceptos abstractos como «la negritud» o ·»el odio propio», hasta personajes más concretos, pero siempre ficcionalizados, como la propia familia de Usher, a quien él llama tal como los personajes de Lion King: Mufasa, Sarabi, Nala, Scar y Rafiki.

Todo lo que Usher relata al público es parte del guión que está escribiendo, de modo que la misma audiencia forma parte de este Strange Loop, y su conflicto principal es que no ha encontrado su lugar en el mundo, como persona, y por tanto, mucho menos como escritor.

A pesar de ser negro él se identifica más con las adolescentes blancas, a quienes envidia de manera bizarra por lo fácil que es la vida para ellas, cosa que deja maravillosamente expuesto en el número Inner White Girl, y se niega a que su trabajo caiga en el cliché de la familia negra adicta al pollo Popeyes y los gritos estridentes al estilo Tyler Perry, a pesar de que todo mundo le recuerda constantemente que si no escribe como Tyler Perry, jamás será exitoso en su propia comunidad.

Es gay, pero siempre se ha sentido rechazado por la gente queer por ser grande, negro, pobre y de pene chiquito. En Exile in Gayville (otro juego de palabras con una canción de Liz Phair) mientras trata de encontrar una pareja sexual en apps como Grindr descubre que la mayoría de los hombres dejan claro desde su perfil que no quieren que gente como él siquiera los salude; y en Second Wave expone que la feminista en él está en guerra con los homosexuales negros tan ajenos a él, que viven por adorar a Beyoncé y su propia musculatura, mientras él está buscando al hombre de su vida, que lo quiera por quien es.

Advertencia: la canción es muy explícita.

Sumado a sus ya paralizantes complejos, Usher tiene que batallar con el hecho de que su familia nunca ha terminado de aceptar su homosexualidad. Religiosos y tradicionales a morir tanto Mufasa como Sarabi han preferido barrer por abajo del tapete el hecho de que su hijo sea gay, y sólo pueden pensar en que tarde o temprano se va a morir de SIDA, un castigo enviado por parte de Dios a los lgbtq, como le pasó a su primo.

Así que su único refugio es el sexo fetichista con hombres blancos prendidos con la idea de poder tratar a un negro como su esclavo (ouch), su máquina de escribir, y una cabeza llena de pensamientos contrariantes y confrontativos que no lo hacen sentir mejor con él mismo, pero al menos lo ayudan a entender qué es lo que requiere escribir para ser honesto. Y durante su creación del guión va enfrentando a distintos personajes en su vida desde la imaginación, a veces escritos desde la percepción de Usher, a veces desde la de Tyler Perry a manera de gospell. Una cosa francamente genial.

Todo lo descrito aquí arriba pudiera sonar como la obra más densa del mundo. Y lo es entre líneas. Pero Michael R. Jackson tuvo la brillante idea de disfrazar su ácido mensaje de comedia, de modo que durante gran parte del musical las carcajadas se escuchan estruendosas entre el público. Y esos seis pensamientos tan oscuros para Usher, para la audiencia son una bomba de diversión constante, que a pesar de maltratar la psyque de nuestro protagonista, resultan enormemente hilarantes y encantadores. Como de Pixar, pero clasificación C.

El ganador del Tony, Michael R. Jackson se atrevió a cuestionar a su propia gente, la frivolidad de unos, la ortodoxia de otros, el odio y discriminación interiorizada de ambos, y está siendo aplaudido en Broadway por lograrlo. Y eso es revolucionario. Sumado, claro, al hecho de que absolutamente todos en el escenario de A Strange Loop pertenecen a la comunidad lgbtq+, incluyendo a L. Morgan Lee, primera mujer trans en ser nominada a un Tony.

A Strange Loop está tumbando barreras en la concepción del teatro musical desde el momento en el que decide contar una historia sobre un hombre negro que no está relacionada ni con la esclavitud ni con la brutalidad policiaca, cosa que a Usher, una y otra vez le dicen que si no integra a su guión, nunca va a atraer al público blanco, únicamente interesado en las tragedias más grandes de la comunidad afroamericana. No en las historias comunes y corrientes. Y que, por un momento en Nueva York estuvo a punto de ser confirmado en taquilla, hasta ahora que gracias al Tony las cosas han dado un vuelco de 180º.

Punto y aparte la música es brutal. Canciones como A Sympathetic Ear, Periodically y a Memory Song son enormemente bellas. La comedia de Jackson sumamente inteligente. En algún punto pone a íconos de la cultura negra, incluyendo a Harriet Tubman y a Whitney Houston, a cuestionar a Usher como un traidor a su raza, cosa que deja al público chiflando de emoción; y los números, a pesar de lo sencillo de la escenografía (exceptuando el de AIDS is God’s Punhsiment que es el más grandote -visualmente- de todos) son creativos, llamativos e interesantes con sólo una caja de seis entradas en el fondo.

Broadway necesita más musicales como A Strange Loop. Lo hemos comprobado con otros que no pretenden contar historias grandiosas, pero batallas íntimas de gente como cualquiera, desde Next To Normal y hasta Hedwig and the Angry Inch, la historia de los musicales ha estado espolvoreada por estas historias arriesgadas que son un franco volado para la taquilla, pero que ponen su granito de arena en crear una industria más diversa, profunda y disidente. No todo puede ser Wicked. Los Strange Loops, que en teatro de texto llevan existiendo siglos, tienen que empezar a formar parte de la oferta musical, hasta ahora muchas veces tachada de vanal.

Si tú que estás leyendo vas a ir próximamente a Nueva York, échate este musical ganador del Tony y Pulitzer. Prepárate para recibir unos cuántos golpes de realidad. Pero también para reír, cantar, escuchar voces hermosas, disfrutar de actuaciones fascinantes, y meterle tus dolaritos a una obra que, aceptémoslo, los necesita más que The Phantom of the Opera.

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