Mucho estilismo y rimbombancia en el montaje de Las Devoradoras De Un Ardiente Helado de Emmanuel Márquez Peralta que mezcla farsa con drag, y absurdo con teatro de carpa, pero al final acaba haciendo un ejercicio mayoritariamente en forma y no tanto en contenido.

Escrito en 1972 por Antonio González Caballero, siempre interesado en la psyque de «la señorita», Las Devoradoras De Un Ardiente Helado recibe nueva vida en el Teatro Julio Castillo desde, curiosamemente, la ausencia de intérpretes femeninas. Cosa que funciona de maravilla en términos de estética y concepto novedoso, pero no termina de encajar con un texto cuyo sujeto de estudio es el hombre a partir de sus relaciones con madre y esposa.

Las Devoradoras De Un Ardiente Helado

En un mundo laberíntico, una especie de parque a la Lewis Carroll, dos mujeres antagónicas buscan a dónde llevar a Diego por un helado. Para una de ellas, la madre, Diego es un eterno niño chiquito, uno que ni siquiera puede hablar bien, mucho menos permitirse ser seducido por una lagartona; para su esposa, no es del todo un hombre tampoco, la deja sedienta de sexo y en presencia de su madre es como tener de pareja a un infante. Su única escapatoria para sentirse mujer es poder concebir hijos con él, pero ni siquiera eso le sale del bolsillo, de modo que lo que empieza a parir son muñecos.

Las Devoradoras De Un Ardiente Helado

Como una especie de Gato Cheshire hay un cuarto personaje que ronda al trío para hacer las veces de mesero, amante y terapeuta, cuestionándolos de manera socrática para hacerles ver que su relación está torcida desde concepto, que el hombre nunca es del todo un adulto funcional cuando la mamá lo sigue amamantando a edad adulta y la esposa siempre será villana ante los ojos de una suegra a la que le han corrompido a su bebé.

González Caballero se inventa un lenguaje juguetón y rítmico (literalmente hace uso de palabaras inexistentes) para que los actores dialoguen en una prosa saltarina y burbujeante, que además de todo, ni siquiere busca hilar de manera coherente ideas. Más bien las salpica durante toda la obra y lleva a los personajes a brincar de tópico en tópico como si estuvieran jugando al avioncito. De pronto de manera confrontativa, una que otra vez reflexiva, y a veces, sólo a veces, risueña, aunque pareciera que de eso hay más… y no, no tanto.

Las Devoradoras De Un Ardiente Helado

Inspirado en el teatro de carpa, además de la farsa, el montaje de Márquez Peralta se complementa con bailes y canciones, desde rancheras y hasta reggetoneras. Y para darle un vuelco al entero asunto, utiliza un elenco enteramente masculino, dos de ellos, la mamá (Jorge Zárate) y la esposa (Misha Arias) en drag femenino, el hijo (Omar Esquinca) en otra especie de drag más cercano a los muñecos de ventrílocuo, y el cuarto jugador (Ángel Enciso) en un diablito de pastorela pastelera. Todos un deleite absoluto a la pupila.

Las Devoradoras De Un Ardiente Helado

La cuestión es que por más que el visual sea encantador y emocionante cuando los personajes primero se dejan ver en el escenario, la producción tiene una cualidad rústicamente escolar. La escenografía vuela hacia Los Cuentos de Cachirulo, cosa que no termina de empatar con el maquillaje y el vestuario de textura esponjosa y más de muñecas que de caricaturas de cuentito, y el espectáculo aburre a los pocos minutos de volverse enormemente repetitivo.

Las Devoradoras De Un Ardiente Helado

El espacio los tiene dando vueltas, repitiendo movimientos, volviendo al lugar donde empezaron para completar circuitos, e incluso los pocos bailes que se prestarían a coreografías irreverentes, terminan por ser simplones y poco llamativos. No ayuda que el texto es pesado y que la adaptación podría ayudarse bastante de un tijereteo intenso. El mensaje es reiterativo y aunque las actuaciones pudieran ser muy disfrutables en su carácter lírico y estilismo sin sentido, ni siquiera los actores, los colores y una fabulosa escena de borrachera logran hacer sentir liviano el viaje y dinámico el trascurrir.

Las Devoradoras De Un Ardiente Helado

Las Devoradoras De Un Ardiente Helado es larga, demasiado para su propio bien; y no termina de hablar tan contundentemente sobre el man child, clásico del macho mexicano, tan hombrecito para unas cosas, pero tan niño y tan pocos tanates para muchas otras tantas, especialmente en su relación con el género femenino, cuando son hombres los que hacen la crítica desde la óptica inevitablemente masculina. Es tanta la necesidad de Márquez Peralta de atiborrar su propio concepto que consume el elemento más significativo de la obra en nombre de un absurdo vistoso.

Las Devoradoras De Un Ardiente Helado

Preciosa para foto y uno que otro momento camp, Las Devoradoras De Un Ardiente Helado necesita del exceso que vende en el póster. Una farsa que pide a gritos más farsa, más movimiento, menos predictibilidad, chorros de ritmo y ante todo, aquel cambio de temperatura que se nos promete con el título, porque la puesta en escena tal cual está, se queda tibia y sin contrastes.

Las Devoradoras De Un Ardiente Helado se presenta jueves, viernes, sábados y domingos en el Teatro Julio Castillo del CCB.