La celebrada obra del británico Duncan Macmillan sobre el enfrentamiento contra la adicción, llega a México con un montaje de Personas, Lugares y Cosas de búsqueda orgánica y cruda, que se ancla en las interpretaciones de su multitudinario elenco para desvestir la trama de la obra de trucos y parafernalia, y dejarla golpear desde lo extenuante de un espiral autodestructivo del que es imposible salir sin desgastantes sacrificios.
Duncan Macmillan tiene muy clara la forma en la que una adicción es corrosiva y avorazada, como una especie de moho creciendo sin control en una pared que antes era blanca. Y entendiendo eso, hace de Personas, Lugares y Cosas una obra franca que no requiere de la deshumanización, la extravagancia o incluso la romantización que sí vemos en otros lados cuando el tema se ficciona. Su historia es contenida y confrontativa. Es la trama de una mujer en sus últimas antes de terminar de tocar fondo, cayendo en cuenta de lo mucho que se ha hecho pedazos en su vida que tal vez no se pueda volver a reparar, desde el diálogo, la recaída y el paso del tiempo en un proceso de desintoxicación.

Conocemos a Emma, o así se hace llamar ella, mientras intenta fallidamente de ensayar «La Gaviota». Es actriz, pero lejos de poder permanecer en sus cinco sentidos, es claro que no está en posición para subirse a ningún escenario. El exceso se le ha salido de las manos y si alguna vez llegó a ser una adicta funcional, de eso ya no queda ni rastro. De modo que toma la decisión, tal vez disociada, de internarse en una clínica de rehabilitación, mientras le ruega descaradamente a su madre esconder la evidencia de toda sustancia alienante que guarda en su casa. Que entre botellas, drogas, polvos y fármacos conforman una colección que podría anestesiar a un elefante.

El problema es que Emma no está realmente convencida del tratamiento o de que su «problema» se tenga que erradicar tan tajante como su doctora pretende. Ha construido muros y muros de defensa a su alrededor que no le permiten mostrarse de forma honesta y vulnerable. De entre las cosas que cuenta es imposible rescatar las verdades de las mentiras, y en sus muchas ganas de provocar, en los pocos instantes en los que llega a desnudar algo real sobre ella inmediatamente se retracta para cubrirlo con un nuevo invento cínico.
Es la adicción queriendo aferrarse a ella justificándose por doquier para no tener que ser eliminada del disco duro. Tal vez la raíz de su depresión esté anclada a la muerte de su hermano, si es que tuvo un hermano, si es que falleció, o tal vez a su relación dañada con sus padres, o con el teatro, que ella expone la ha dejado interpretando tantas vidas que ya no tiene muy claro cuál es la suya fuera de personaje. La realidad es que llega a la clínica como un bólido indeseable, enfrentando continuamente tanto a sus doctores como al resto de los pacientes que con diferentes procesos en general parecieran estar en un lugar más renegado y dispuesto, y sólo para uno el tratamiento pareciera una tortura desgarradora.

Personas, Lugares y Cosas nos permite ir conociendo a todos y se toma para cada uno un tiempo, aunque sea pequeño, para que sus historias de vida también tengan un peso y le den gravedad a un tema que es imposible abordar desde un sólo ángulo, y tiene percances, ataduras y consecuencias para distinta gente desde lugares completamente ajenos. Aunque en realidad es Emma y su propio trayecto del túnel hacia la luz el que toma posesión del absoluto protagónico en su voz que no deja de ser cínica y defensiva, que le permite a esta historia tener una personalidad de batalla y desesperación, mucho antes de que empecemos a pensar en que tal vez pudiera llegar un momento de redención.

Paula Zelaya Cervantes, directora, no busca en absoluto un ambiente sanitizado. Cuando Personas, Lugares y Cosas fue estrenada en el National Theatre de Londres la imagen era blanca y pristina, hasta futurista de cierta manera, pero para este montaje en Foro Lucerna, Zelaya abraza lo natural y lo rudimentario para recordarnos que lo preciosista no tiene cabida en una historia que no tendría por qué ser bonita. Sino cruda y poco disfrazada. Entonces su escenario es duela, como la que encontraríamos en un gimnasio de secundaria, sillas y una puerta. Y para varias escenas usa la disposición a tres frentes en el foro para volver a la audiencia parte del círculo de confianza en las terapias grupales en las que participa Emma.

El resultado no es sólo inmersivo pero cargado hacia la interpretación. Aún con un ensamble grande y vistoso, sus momentos coreográficos son reducidos, los necesarios. Paula suelta el pincel y le da el lienzo a sus actores para permitirle a ellos abordar a estos personajes en sanación, sus interacciones, sus historias a su manera muy personal. Reforzando que, en efecto, para vivir o caer en una adicción, no hay una sola forma de hacerlo, el peligro existe para todos por igual y no distingue clase, género o posición en la familia. Y lo autodestructivo tiene muchos formatos y caras. Ayuda también que en este elenco haya gente como Marcos Radosh, Michel Santré, Rodrigo Olguín o Samantha Coronel que saben perfectamente cómo tomar sus momentos para contener historias completas en instantes.

Pero sí, la obra le pertenece a Ana González Bello como Emma. La ligereza de Ana como actriz le permite a Emma como personaje desengancharse de lo agrio para hacer de sus fracturas comprensibles escudos, pero al mismo tiempo de sus vociferaciones acaloradas intrigantes despotriques de mucha comedia oscura que nos permiten conectar con ella desde el fondo de sus múltiples capas, para entenderla como un animalito lamiendo sus heridas, tal vez demasiado culpable como para poder dejar de abrir las filosas fauces y simplemente rendirse ante una ayuda que no pretende ser caridad. Ana González Bello hace un personaje muy humano en sus complejos, y muy retador en su forma consecuentemente decepcionante de no ponérsle fácil para conseguir comprensión, ya ni se diga ternura.

La acompañan como compañeros de mayor peso, Luis Eduardo Yee, como un hombre más cerca de una rehabilitación funcional, que funciona como espejo para una Emma que se niega a verse fuera de la visión que se ha creado para sí misma; y Juan Carlos Medellín, una especie de enfermero, él mismo adicto en constante rehabilitación, que entiende que no hay sino rigidez en la desintoxicación, que no puede ser un apapacho, y arma con mucho carisma un personaje salvado de algún modo por su perrito, cuya posición lo obliga a una dureza que eventualmente entendemos como un arma de doble filo.

Para el segundo acto son Alejandro Morales y Lisa Owen los que han tomado control de la sensibilidad y lo más emocionalmente destructor del montaje. Desde el principio pertenecen al círculo que entra a conocer Emma, y en sus varios personajes, como el resto del elenco, se arman de momentos muy interesantes y personalidades claves; pero eventualmente les llega el momento de confrontar a Emma como sus papás, y son esos minutos los que aterrizan esta vorágine, el tornado que ha sido Emma por años, en escombros en el suelo. Y esa escena, regida por la contención de dos actores magníficos que saben cómo mantener bien pegaditas al cuerpo las riendas de su interpretación, va cargada con lo devastador que Personas, Lugares y Cosas se toma minucioso tiempo en construir. Y es digna de alaridos.

Personas, Lugares y Cosas es un trago intenso. Un caminar por un laberinto que en varios momentos se siente lleno de callejones sin salida. Y un perfecto maridaje entre lo descamado del texto de Duncan Macmillan y lo cándida de la dirección de Paula Zelaya, que juntos hacen de la obra una textura trepidante, áspera como le toca ser cuando no hay de otra más que ser despiadados, con parches de algo blando que reconocemos como nuestras ganas de ver salir a Emma de la centrífuga porque sabemos en el fondo, que nadie estamos libres de ella, que Emma es víctima de una serie de eslabones crueles que con tantito infortunio nos tocaría enfrentar a cualquiera. ¿Y podríamos hacerlo mejor que ella?
Personas, Lugares y Cosas se presenta los lunes a las 8:00pm en Foro Lucerna.








