La nueva entrega en la franquicia Fantastic Beasts, The Crimes of Grindelwald, es un desastre disperso, de escritura floja demasiado recargado en lo que la magia de Harry Potter puede hacer por él.

Si algo hizo increíblemente bien J.K. Rowling cuando originalmente creó la saga Harry Potter, fue modelar un universo que se sentía construido a detalle de principio a fin, y eso incluía a cada personaje que aparece en las novelas (y por lo tanto en las películas) tan redondo y humano como cualquiera de la vida real.

Con Fantastic Beasts, la misma J.K. Rowling está tratando de repetir su hazaña sin mucho éxito. La primera de esta nueva franquicia no fue una película terrible, si bien sí se alejó mucho de lo hipnotizante que era el mundo de Potter; pero con The Crimes of Grindelwald la saga parece haber perdido por completo la brújula convirtiéndose en una película de efectos más para Hollywood (ahí al lado de las Transformers) y perdiendo por completo lo que le daba corazón a la historia.

Como muchas películas de puente (es decir, está ahí para juntar la pasada con las que siguen que tienen mayor peso de trama), Crimes of Grindelwald presenta demasiadas mini tangentes las cuales seguir y no se molesta por regresar a las ya establecidas en su cinta predecesora (al contrario, de hecho, en muchos casos las pisotea). Es una licuadora de historias y personajes, que hace completamente a un lado a Newt -su supuesto protagonista- para poder incluir a otros como Nagini, que no tienen mayor motivación en su historia que la de simplemente estar ahí para un par de efectos especiales interesantes.

Todos los personajes que se delinearon tan decente en Fantastic Beasts, aquí pierden toda dimensión. Newt es hecho a un lado al grado de que prácticamente lo olvidamos (a él y a sus criaturas que dan título a la saga), y de Tina ni hablemos, la poderosa auror en Grindelwald es relegada al papel de interés amoroso (y ni tan interesante, para ser específicos); el muggle Jacob Kowalski está de regreso, un poco sin explicación -vaya, se ofrece un intento de explicación de medio diálogo que deja muchísimas dudas-, pero la peor de todos es Queenie, un personaje que en Fantastic Beasts se había presentado como una heroína alegre y burbujeante, y que en The Crimes of Grindelwald cambia de bando como cambia de calzones, por la motivación más floja y sin resistencia que el guión pudo incluir (ella sólo quiere casarse). Y ahora es una villana.

El personaje, en cualquier caso, de mayor profundidad dentro de la película recae en Leta Lestrange, el único sobre el cual se nos ofrece un poco de luz sobre sus motivaciones, emociones y pasado, pero del que no tiene caso encariñarse mucho porque la película la desecha, nuevamente, de la manera más innecesaria.

De forma absolutamente enigmática, Creadence está de vuelta, después de que en Fantastic Beasts se hizo gran alarde y drama de su inoportuna muerte, y a diferencia de con Jacob, este renacer no es ni tantito explicado con medio gramo de lógica. Pero para el final resulta que el personaje tiene mucho mayor peso para la trama del que veíamos venir y se revela que su verdadera nombre es uno que deja mucha intriga, especialmente entre quienes han leído las novelas de Harry Potter. O sea que no todo está perdido.

Johnny Depp como Grindelwald repite el truco que le sabemos de memoria, se llena de maquillaje y vestuarios mucho más llamativos que su propia actuación para tener que hacer el menor trabajo posible, convirtiéndose en un villano de retrato que parece que se está descarapelando y cuyo discurso de motivación tampoco hace mucho sentido (él quiere acabar con los hombres porque los hombres van a armar la Segunda Guerra Mundial y se van a acabar entre ellos, what?).

Para finalizar, The Crimes of Grindelwald ofrece tiernos guiños a los lectores de las novelas de J.K. Rowling y las películas de Harry Potter, unos mejor logrados que otros, desde la aparición de un muy viejito Nicolas Flamel, el creador de la Piedra Filosofal, que ofrece momentos entretenidos de comedia, si bien su maquillaje no se va a estar ganando ningún Oscar; hasta la presencia de un joven Dumbledore y una joven McGonagall -cosa que tampoco tiene mucho sentido tomando en cuenta que Dumbledore le lleva como 40 años a la profesora y en ésta se presentan como de la misma edad- pero mínimo está Jude Law ahí para disfrutar.

Las «fantastic beasts«, que al final son lo que vinimos a ver, sí rescatan parte del desastre con escenas de lo más llamativas, desde un dragón chino que sólo puede ser tranquilizado con una sonaja de plumas, y que es sin duda de lo poco memorable de la cinta, hasta los gatos de ojos de luna que protegen el Ministerio de Magia en Francia, y otro dragón acuático cuya piel parece algas sobre el cual Newt nada para llevarlo a ser curado. Los efectos están en su lugar y el universo, como en todas sus anteriores, es tan mágico que provoca olvidar lo terriblemente contado de la historia y que de éstas aún nos faltan tres más para que Hollywood finalmente lo ponga a descansar.