Con una energía bajísima y un relato reiterativo sin mucho lugar hacia dónde ir, Éxtasis Puro toma la muy colorida mitología de Clitemnestra y Agamenón para transportarla a un destino etéreo y tropical, de mucha conversación que converge en lo mismo y una propuesta escénica que complica la visión para un auditorio de varias filas.
Éxtasis Puro no es la primera de su clase. El año pasado, Ximena Escalante escribió y dirigió Éxtasis Medea, la primera de una futura tetralogía, también inspirada en los mitos y literatura griega. Pero esta vez Ximena toma un paso para atrás para enfocarse únicamente en el texto y dejarle la dirección a Benjamín Cann, cuya visión pareciera estancarse en la búsqueda de visuales «resort», mientras sus actores batallan con un tono imposible de tomarse en serio hacia villana de telenovela de las siete.
Esta vez el mito elegido es el de Clitemnestra, pero Ximena lo retoma pasada la gran tragedia del asesinato de su hija a manos de esposo, Agamenón (quien la dio en sacrificio a la diosa Artemisa para asegurarse de ganar la guerra). De modo que todo lo que le queda al personaje es una sed de venganza, que nunca se ve reflejada del todo en la actuación de una Maya Zapata a la que no le sucede nada durante el montaje y sólo se pasea viéndose delicada y confudida, sin realmente tomar ningún tipo de ira o coraje. No es una madre a la que le asesinaron a una hija, sólo parece que lo leyó en alguna parte como si le hubiera sucedido a alguien más.
Lo que procede es un plan de venganza para el cual Clitemnestra es ayudada por varios otros personajes, entre ellos demonios, y Casandra, el nuevo trofeo robado de Troya de su marido, que por hora y media se dedican a hablar de cómo van a asesinar a Agamenón sin ningún tipo de tensión, urgencia o suspenso. Un complot meramente conversacional. Una venganza que en lugar de servirse en un plato frío viene en un empaque para calentar en microondas.
Ahí donde en Éxtasis Medea se rendía un enfrentamiento entre dos mujeres indomables, en Éxtasis Puro hace falta carácter. Clitemnestra no es realmente un personaje llamativo, accede a todo y fluye sin dar mucha batalla, y sólo replica en tono condescendiente, que viene más de Maya que del personaje, sin realmente activar ninguna alarma. Incluso cuando Casandra le pide sobreactuar su complaciencia con ella, Maya Zapata y por tanto Clitemnestra nunca pasa del mínimo de energía para surtir algún tipo de matiz. De modo que la sensación de tranquilidad, de marea baja y poco peligrosa, permea durante toda la obra.
El resto de los personajes tampoco son especialmente confrontativos. Casandra (Samantha Coronel) juega a la seductriz sin realmente postrarse como alma torturada, secuestrada o burlada en sus tierras. De una sola nota. Los demonios (Quetzalli Cortés e Itzhel Razo) tienen un poco más de dinamismo, pero incluso ellos, con su capacidad de sátira y choque, terminan por gritar más de lo que vuelcan cosas; y no es sino hasta que Agamenón (Alejandro Morales) aparece en escena, ya muy para terminar la obra, que hay un leve intento de conflicto y ansiedad, pero también él parece haber perdido todo lo que lo hizo conquistador en Troya para convertirse en un cachorrito asustado que cuestiona más veces de las necesarias si está siendo emboscado. Especialmente tomando en cuenta que fue su idea aparecerse en casa de Clitemnestra.
Curiosamente son Rodrigo Virago y Astrid Romo, como un marinero y una empleada doméstica los que tienen mucha más acción y mucha más intriga en su dinámica y relación, pero en toda honestidad, su historia es eternamente tangencial a la de Clitemnestra y nunca logra afectar de manera directa a la trama, lo que forzosamente levanta la pregunta, ¿para qué fueron incluidos?
El dialogar es bello y tiene una personalidad muy propia que sí se viene arrastrando de Éxtasis Medea. Es en esa parte del texto donde Ximena Escalante demuestra pericia para llevar estas historias de la antigüedad a una era sin tiempo, pero sí cierta elegancia, cierta solemnidad y sutileza. Pero también lo es reiterativo. Y parece olvidar que el motivo de la tragedia griega es la invencible batalla contra el destino, la forma en la que héroes y heroínas batallan para librar un futuro que les ha sido marcado, sólo para tropezar con ellos mismos y acabar asestando su propia ruina. En Éxtasis Puro no hay tragedia. La tragedia se refiere como un suceso pasado, pero durante el montaje estos personajes están libres de cadenas, y por tanto ni siquiera son realmente capaces de reivindicarse, porque no sangran sus heridas hasta la meta.
La sensación es la de un ojo puesto en un diseño de producción bello, hermoso, todos se ven hermosos de hecho, y básicamente flotan sobre el escenario. Una alberquita a un costado de la tarima de espejo negro nos podría transportar directo a los Hamptons, donde una reina consorte como Clitemnestra sin duda tendría una casa para vacacionar. Y la constante aparición de una sandía nos viaja a una tierra cálida y tropical, donde esta fruta que ha sido tan usada por gente como Tamayo y Frida Kahlo inmediatamente nos remite a lo artístico y pleno. Todo es tan veraniego que se puede sentir una brisa en el teatro y las ganas de recostarse en una hamaca a planear venganzas, pero fuera de la muy clara intención estética, la trama y actoralidad parecen pasar a segundo plano para Cann que se percibe enormemente ausente en las escenas.
El director tampoco decide tomar en cuenta la isóptica del Foro Lucerna, de modo que muchos de sus momentos clave los hace suceder al borde de la tarima que representa el Palacio, justo donde converge el escenario y la primera fila del público. Sentando a sus actores en la orilla, fuera de la vista de cualquiera que no está sentado directamente frente a ellos. Todos los asientos de la segunda fila para atrás quedan absolutamente ocultos de la acción y necesitados de estar moviendo la cabeza para ver si logran cachar algo de lo que está sucediendo demasiado abajo y entre las cabezas de otros asistentes. Un capricho que no toma en cuenta al espectador.
Entiendo que esta tetralogía tiene la intención de pintar a las mujeres de la mitología y el teatro griego con una nueva luz donde puedan tener una voz más propia. Con Éxtasis Medea se logró, con Éxtasis Puro el trabajo quedó a medias. Vienen dos más en un futuro y no dejo de estar intrigado por lo que sigue. Tal vez una donde sea la voz femenina la que prevalezca, incluso desde la dirección, y donde el elenco se entregue tanto como una Carolina Politi lo hizo con Medea, que es lo mínimo que podemos exprimir de estos personajes que desde hace centenas de años llevan marcando pauta en el teatro y la literatura.
Éxtasis Puro se presenta viernes, sábados y domingos en Foro Lucerna.