El Foro Lucerna se transforma en un speakeasy voyeurista para F**king Men, la obra con la que Joe DiPietro explora el vacío detrás de los encuentros sexuales furtivos de una serie de personajes gay que parecieran esconder una profunda soledad detrás, en un montaje de promesas llamativas y eróticas, de pronto atorado en momentos arrinconados más comunes que excitantes y una dirección que no termina de explotar lo provocador de su premisa.

«¿Y de qué va la obra?», le pregunta un personaje a otro en F**king Men: «Gays lidiando con el oscuro vacío de la existencia humana», contesta el dramaturgo. «¿Y por qué alguien querría ver eso?», le responden. La realidad es que el concepto detrás de este texto de 2009 de Joe DiPietro tiene mucha tierra que escarbar. El constante apetito del hombre gay por buscar encuentros más allá del amor o la pareja, como conducto a algún tipo de conexión instantánea que pareciera una necesidad, quizá una adicción, que si uno analiza detrás de la fachada del deseo podría aludir más bien a la ausencia de plenitud.

F**king Men

El tema no es en absoluto frívolo aún si F**king Men en Foro Lucerna pareciera vender una fantasía erótica. La obra está cargada de dialogar y a pesar de recargarse en varios instantes de comedia, no pierde la intención existencialista de un texto curioso sobre lo que mueve al hombre gay a camas donde puede encontrar desahogo, pero no complemento. Y es precisamente por lo honesto de su premisa, que la obra pide a gritos una vestimenta que pueda balancear lo conversacional del asunto con una intencion dinámica que pueda darnos lo denso y al mismo tiempo lo cosquilleante que promete el título y el cartel.

F**king Men

Sebastián Sánchez Amunátegui, director de la puesta, entrega una parte sí y otra no, y termina con un montaje poco arriesgado y monótono entre manos, aún si el teatro luce absolutamente vibrante para recibir la obra. F**king Men transforma el Foro Lucerna en un bar, con un pre-show y post-show en los que se puede ordenar bebidas alcohólicas a una serie de mesas que reemplazan las butacas al centro (hay gradas también, más tradicionales para el que quiera vivir una visita más como la del teatro que conoce). La reestructura propone una experiencia inmersiva, pero una vez iniciada la obra, la escena permanece lejana y al fondo en total desconexión con un auditorio que ha hecho metamorfósis en busca de lo poco convencional.

F**king Men

Más allá de lo desaprovechado, el espacio actoral queda reducido y esquinado, dejando libre una especie de triángulo para desarrollar la ficción. Sebastián Sánchez Amunátegui cae en su propia trampa y se ve obligado a mantener escena tras escena de forma un tanto repetitiva, y, también a cargo de la iluminación y de la escenografía (junto con Mariano Aguirre), regresa insistentemente al mismo tipo de visual, sin buscar la transformación del espacio al menos a través de luz, de modo que acabamos viendo el mismo bar por el entero del montaje, sin realmente poder visualizar cuadros diferentes. Y la cosa es que esta obra en particular sí los necesita.

F**king Men

La trama va siguiendo a distintos personajes. Lo que Joe DiPietro propone son una serie de viñetas. Diez encuentros, siempre en pares, de distintos hombres en los que sólo vemos repetirse a uno de la escena anterior, para presentar a uno nuevo y así al siguiente, y al siguiente. Una especie de cadena donde cada eslabón es una interacción diferente que más que atravesar el arco de un personaje protagónico en particular, hace del tema el único estelar, y busca darle al analisis un principio, un medio y un final que pueda englobar a los sentires y vivires de una comunidad que, en efecto, comparte una visión de la sexualidad muy similar.

F**king Men

En diferentes partes del mundo, F**king Men ha sido interpretada por un distinto número de actores. De pronto ha habido montajes donde cada personaje es actuado por un hombre distinto, de pronto cada actor tiene a más de un personaje al cual darle vida. Para la puesta en Foro Lucerna se eligió utilizar a un elenco de tres. Pablo Perroni, Mariano Aguirre y David Montalvo hacen al entero de papeles en la obra, lo que les implica la interpretación de tres o más a cada uno.

F**king Men

David Montalvo encuentra atributos muy particulares para sus tres hombres: un prostituto que se las sabe todas, un insolente veinteañero al que le gustan mayores, y una estrella porno con un lado romántico. Éste último, especialmente, lo aprovecha de manera magistral para la comedia. Mientras Pablo Perroni busca opuestos y se divierte con personalidades que no tienen ni rasgos parecidos entre ellos. Un tutor aún enamorado de su ex, un viejo periodista que nunca salió públicamente del clóset, un hombre que confunde la libertad de una relación abierta con libertinaje, y un dramaturgo precoz. Éste último que pareciera reflejar al mismo DiPietro, no tanto en personalidad, aunque quizá eso no lo sabemos, pero en la forma en la que representa al creador teatral que tiene más de un momento meta. Pablo Perroni desata la farsa precisamente con el dramaturgo y se incha de los encuentros más divertidos de la obra.

F**king Men

Un soldado negado a aceptarse como gay, un hombre más arrastrado a tener una relación abierta que emocionado por ella, y un actor famosísimo envuelto en un escándalo homosexual son los personajes que caen en la esquina de Mariano Aguirre, quien permanece en una zona segura y no explora más allá de lo que está en papel, entregando tres roles sumamente similares y perdiendo la oportunidad de atinar con más precisión a la comedia escrita en texto que no encuentra el tono adecuado entre lo ligero y lo intenso de su propuesta, y acaba hecha a un lado por completo.

F**king Men

Sánchez Amunátegui inicia para los primeros encuentros con una intención mucho más sexy. Una cortina traslúcida al fondo que pareciera ocultar el vapor de un sauna nos lleva a lugares realmente intrigantes, sobra llamarlos excitantes; pero conforme transcurre la obra va soltando lo sensual y lo picaresco, por un mood enteramente más casual. Una televisión con clips pre-grabados que se salen por completo del ambiente y el visual más decadente de la obra; y objetos rojos, como símbolo del deseo, el amor, la pasión, una alegoría sumamente vista y poco propositiva, no consiguen cumplir con eso sugestivo y seductor que nos susurra la luz tenue del speakeasy al tomar nuestro asiento.

F**king Men

Cierto que el concepto voyeurista del que acaba siendo partícipe el público alude también a los fetiches y juegos de la comunidad gay cuando de sexo se trata, y esa sensación está perfectamente lograda gracias a la diposición que mantiene a unos como espectadores cercanos y a otros espectadores de los espectadores. Y la adaptación de un texto que fue escrito hace más de 10 años, que sí, sí cambia muchas cosas, logra sentirse enteramente actual con referencias a Only Fans y la percepción actual de la identidad de género o la bisexualidad, entre otros varios conceptos que permiten que F**king Men no pierda pertinencia.

F**king Men

De los textos de Joe DiPietro, F**king Men es uno de los que no pierde relevancia, quizá porque se aleja de lo fársico y caricatuersco de un Toxic Avenger o un Ernest Shackleton Loves Me para abrazar una realidad más sincera, aún si no es la más alegre o la más llena de brillantina. La obra mantiene la capacidad de observar al hombre gay como objeto de estudio sin prejuicio pero lejos de lo vanal de las obras más centradas en el sexo por el sexo. Y en eso está su virtud. La visión de Sánchez Amunátegui pareciera entenderlo, pero en abrazar la sobriedad de lo que no puede ser superificialmente carnal, olvida que lo apasionante no puede no ser parte de la fórmula. No cuando lo prohibido y lo riesgoso es parte tan integral de lo que hace del encuentro entre dos desconocidos algo a lo que el sexo más vainilla no se atreve.

F**king Men se presenta viernes, sábados y domingos en Foro Lucerna.