Más de 50 años después del estreno de la original, la secuela a la bienamada Mary Poppins estrena con una Emily Blunt que no le pide nada a la niñera casi perfecta de Julie Andrews y un soundtrack sacado del cajón más clásico de los musicales.

Lo que hace extraordinaria a Mary Poppins Returns es la manera en la que combina nostaglia con novedad en una película que se siente clásica, más no vieja, tradicional, sin ser retro y musical hasta la médula como los pininos de Walt Disney en el cine live action.

Mary Poppins está de regreso en la vida de Michael y Jane Banks, excepto que ellos ya no son unos niños, y de hecho ahora Michael tiene tres hijos propios y aún está batallando con la pérdida de su esposa un año antes. Cuando el nuevo dueño del banco donde su padre, George, trabajó toda su vida, amenaza con embargar su casa, la niñera del paraguas parlanchín reaparece volando entre las nubes sostenida de un cometa para volver a prestar sus servicios y esparcir su magia entre una familia muy necesitada de volver a creer en lo imposible.

Es francamente apantallante la manera en la que Emily Blunt hace propio al personaje, homenajeando lo que alguna vez creó Julie Andrews sin apelar a la copia, y logrando que para los primeros cinco minutos de la película se te olvide que no fue ella la que inauguró el papel. Con gracia, muchísima simpatía y ese je ne sais quoi inglés, Emily Blunt se desliza por las escenas y números de baile como si de un listón ondeando en el aire se tratara.

A su lado, el nuevo sidekick masculino (ahora que Bert está dando la vuelta por el mundo y Dick Van Dyke sólo tiene un papel de cinco minutos), Lin Manuel Miranda lleva a la pantalla grande todo lo que ha aprendido (y creado) en teatro musical, y asume un rol que en otro momento pudo haber pertenecido a un Gene Kelly, con momentos de canto, baile y muchísimo ángel que lo hacen no sólo memorable, pero un as bajo la manga para la nueva Mary Poppins.

Mary Poppins Returns se vuelve entonces un clásico musical y asume con absoluta franqueza el papel de secuela, lanzando guiños acá y allá a los fans de la original; con referencias a canciones de la primera, personajes que en algún momento enamoraron, un estilo de animación 2D muy al estilo de caricatura Disney de los 60 (que asemeja muchísimo al de Robin Hood) y hasta usando actores que los muy clavados reconocerán como cameos de la primera.

Pero aunque en todo sentido es una película, la cinta parece mezclar lo que hizo a Mary Poppins tan perfecta para el cine con lo que funcionó como guante cuando se transformó en musical de Broadway, y entrega números musicales francamente teatrales que se llevan por completo la película. Ése de los «leeries», protagonizado por Lin Manuel Miranda, que viene a reemplazar el Chim Chimney por Trip A Little Light Fantastic vale por sí sólo la cinta entera, y es digno de desear que uno pudiera pararse a la mitad de una sala de cine a aplaudir.

Pero ahí donde la película se dibuja casi perfecta en todo sentido (especialmente en los visuales, el vestuario es una explosión de color deliciosa), la trama peca de querer abarcar demasiado dejando huecos en medio que no hay manera de llenar. Desde la presencia de un personaje como Topsy, cuya aparición para un sólo número se siente como una necedad para poder tener a Meryl Streep cinco minutos en pantalla; hasta el franco olvido de la premisa en la que se nos presenta a una Mary Poppins que viene a prestar sus servicios a los adultos de la familia Banks, para después dedicarse en entereza únicamente a los niños, y dejando que Michael pierda por completo su interés en el arte, el guión no se siente en absoluto tan cuidado como el resto de la producción.

Pero al final uno tiene canciones que provocan querer volar flotando en globos de colores, como alguna vez «Let’s Go Fly A Kite» provocó; actores que es un franco placer ver conviviendo en la pantalla, y escenas tan barrocas como ultra memorables y mágicas que no pueden sino sacar una sonrisa del que con ellas se deleita.

Mary Poppins Returns, sí, es nuevamente casi perfecta.