El oscuro musical de Stephen Sondheim acaba de estrenar en México en el Foro Cultural Coyoacanense, pero más allá del valioso libreto y material de origen, la puesta se ahoga bajo una dirección musical pobre y actuaciones poco congruentes con el universo decadente de Sweeney Todd.

Qué difícil resulta montar un texto de Stephen Sondheim. A simple vista pareciera como cualquier otro musical, pero la realidad es que sus partituras rápidamente lo separan del montón, y el manejo de un humor negro, fino, pero sutil lo hacen único. Gran parte de lo bello de cualquiera de sus obras musicales precisamente se esconde en la música creada para orquestas francamente sinfónicas y voces con rangos admirables. Armonías que se juntan para crear historias que rara vez tienen diálogos hablados, y en donde los actores se ven obligados a cantar sus parlamentos a velocidades estratosféricas, y encontrar en ellos no sólo sentimiento, pero comedy timing (cuando se presenta necesario).

La nueva Sweeney Todd, producción de David Cuevas, en el Foro Cultural Coyoacanense no respeta ninguno de los puntos anteriores y en ignorarlos se encuentra su error más grande.

A estas alturas, y gracias a Tim Burton, la historia del barbero asesino de la calle Fleet es bien conocida. Sweeney Todd regresa a Londres tras ser exiliado en busca de venganza y de recuperar a la esposa e hija que perdió a manos del mismo juez que lo sentenció lejos de ellas. Con una nueva identidad y una nueva aliada, su vecina Mrs. Lovett, Sweeney idea un plan para derramar la sangre de los culpables con sus navajas de afeitar y volver a ver a Joanna, su hija, ahora crecida y atrapada por el Juez Turpin. Lo que sigue se desenvuelve como una franca tragedia shakespeareana, donde cada personaje va develando lentamente sus demonios para culminar en desgracia.

La música, imponente y coral, tanto romántica como gótica, que de pronto recuerda a Noche en la Montaña de Mussorgsky es una de las valías mas grandes del musical, pero en manos de la producción de David Cuevas se vuelve chiquita y poco apreciable con una orquesta de tres músicos y sus sintetizadores, que parecieran parte de un espectáculo de restaurante, más que el bramido de cuerdas, instrumentos de viento y lúdicas percusiones que Sweeney requiere casi a manera de sinfónico.

Con la poderosa orquestación perdida, Masio Cassán (Director Musical y Traductor) demuestra su segunda falta de pericia al dirigir a los coros en voces poco contrastantes, con sus barítonos perdidos gracias a un diseño sonoro que no permite escuchar sus voces y los alaridos de sus sopranos imponiéndose ante el resto del ensamble. Un grupo de actores que, incluso en sus solos, se muestran poco capaces de manejar el rango entero de la partitura y acaban desgañitados, ahogados o susurrados en las partes más bajas o en su defecto altas de sus canciones.

Beto Torres, como Sweeney Todd, sin embargo, se posiciona como el pilar más sólido de la compañía. Un actor que no se para sobre el escenario con el pie izquierdo, que no suelta notas y falsetes sin puntería, pero que atina a crear un personaje que, aunque oscuro, también resulta empático, de una voz limpia y segura que podríamos haber escuchado a cada segundo del musical y una entereza que lo vuelve definitivamente un antagónico temible para Londres.

A su lado, Lupita Sandoval como Mrs. Lovett pareciera parte de otra obra por completo, construyendo a un personaje más cercano a la Madame Thénardiere de Los Miserables, que a la maquiavélica, astuta y peligrosa Lady Macbeth de la calle Fleet. Buscando la risa fácil del público en un tono corriente de caricatura, de movimientos y gestos burdos, que en ningún momento demuestran la pericia y malicia con los que Mrs. Lovett cimienta y manipula los estragos por venir.

El elenco joven pasa desapercibido gracias a una dirección gris (por parte de Ricardo Díaz) que en ningún momento les da oportunidad de brillar, y es Lalo Ibarra, como Adolfo Pirelli, el único que por pocos minutos recibe atención merecida, como el némesis del grooming masculino de Sweeney, un extravagante barbero en tono ultra fársico que finalmente consigue las risas de la audiencia no a través del chiste capulinero, pero bajo la línea de un personaje bien interpretado.

La traducción, también por parte de Mario Cassán, tiene a los personajes de Stephen Sondheim albureando y haciendo chistes de «mesta» propios de un show de Polo Polo, pero escondiendo las bromas finas de Sondheim en palabras y tiempos que no les correponden, y por tanto se pierden.

Y la puesta, finalmente, se enmarca bajo un diseño de vestuario que recuerda al gótico de cosplay, más que a un verdadera búsqueda de una estética oscura, y el maquillaje tiene a Beto Torres pareciendo gasparín, glaseado bajo una máscara blanca de geisha, donde en el resto de los personajes no se replica ni un poco de ese estilo. Disparejo y distractor, la puesta de Sweeney Todd en el Foro Cultural Coyoacanense desaprovecha el oro con el que los pusieron a modelar y entrega algo más parecido a aluminio.