Con Un Obús En El Corazón, Wajdi Mouawad retoma los temas que empapan su literatura: la guerra, la pérdida, la relación con la madre, todo enmarcado desde la vivencia migratoria y la incapacidad de reconocer el síndrome de estrés post traumático como un espectro que acosa tus sueños.

Tuve que buscar qué era un «Obús». Pensé que la obra me lo diría, pero no. Es un arma, una especie de cañón de explosivos. Una herramienta de guerra, la misma que vivió Wajdi Mouawad de niño en Líbano antes de huir con su familia a Francia y posteriormente a Canadá. Igual que el personaje de esta novela suya, convertida en obra de teatro: Wahab, un adolescente inconsciente de todo lo que lleva cargando sobre los hombros y que ha convertido en deseos de violencia y vívidas pesadillas.

Un Obús En El Corazón
Un Obús En El Corazón

La obra comienza con una llamada, aunque si somos honestos, comienza cuestionándose cuál es el verdadero comienzo de las cosas, ¿dónde empieza la historia de uno? Wahab se entera que su madre, de quien lleva separado mucho tiempo, está por fallecer en el hospital, y emprende renuentemente el camino a despedirse de ella, bajo una densa tormenta de nieve, librando encuentros con choferes de autobús y Santa Clauses borrachos para llegar con aquella que lleva años sin reconocer.

Un Obús En El Corazón
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Su monólogo interno es uno lleno de reproches, de insultos hacia los que lo rodean, pero en medio de una maraña que pareciera berrinche, logra contar su historia: de niño vio un autobús ser incendiado en la guerra con un niño de su edad adentro derretido entre gritos, y desde entonces, la imagen de una mujer de pelo amarillo, con brazos y piernas de palo que se lleva a los muertos lo persigue.

Evocado al arte, porque es pintor, se ha alejado de todo y de todos para formar su propio universo en el que el dolor de la muerte no tiene cabida. La mera idea de un ser querido pudiendo enfermar lo manda corriendo del otro lado, y es la misma que inicialmente provocó que huyera de su casa, cuando dejó de ver en la cara de su madre a su madre, ya diagnosticada con cáncer.

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Muchas coincidencias, a las que pudiéramos llamar destino, tienen que pasar para que Wahab finalmente se enfrente cara a cara con la mujer de las extremidades de madera, y descubra que la muerte puede ser violenta y cruel, pero también lenta y necesitada de compañía, una despedida que puede ser amorosa aún cargada de dolor, y no necesariamente un fantasma invocado por gritos de aquellos que se están yendo.

Rebeca Trejo (directora) crea este mundo en el que Wahab (Bernardo Gamboa) está acompañado continuamente por sus lienzos. Una instalación, prácticamente de museo, con marcos cayendo del cielo y una pasarela de varios pisos, por la que Gamboa camina, corre y se arrastra mientras se enfrenta a él mismo y su repulsión por la muerte.

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Gamboa es magnífico. Un actor enteramente entregado a la escena que vive a Wahab con absoluta verdad. Regala energía, conmueve, pero al mismo tiempo mantiene una pared fría entre él y las emociones de un personaje en su situación que lo mantienen invlunerable ante el sentimentalismo. Es caprichudo, berrinchudo, y escudado. Escupe líneas tanto como las declama. Y crea un hijo enfrentándose a la pérdida de su madre, que podrá no representar a muchos en acción, pero a todos en su fase de negación.

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El problema para él es que el aparato escénico que tiene francamente de coestelar es su eterna competencia durante la obra. De proporciones magníficas y definitivamente cautivantes, la escenografía no termina por ser un complemento para el montaje, pero un franco protagónico poco generoso. Repleta de proyecciones, que a momento tienen sentido como las pinturas de un lienzo, pero en otros casos son expositorias imágenes del viaje de Wahab, resulta un distractor que afecta a la isóptica y no permite que nos involucremos enteramente con la actuación de Gamboa tantas veces opacada entre tela translúcida.

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La cosa es: la entiendo. Veo el concepto, y como concepto me gusta. Comprendo el pensamiento detrás del colgar estos cuadros que además viven en el pensamiento de Wahab porque son su escape, y en papel la idea me parece maravillosa. Pero estando sentado donde yo estaba, el marco cubría a Bernardo Gamboa y yo me movía a los lados buscándole la cara, y creo que en el momento en el que el público se siente cubierto por un elemento escenográfico que no le permite disfrutar de la historia, ese elemento está probando ser contraproducente, por más bello, ingenioso y pensado que pudiera ser.

Y lo mismo le sucede al diseño de iluminación, batalla por conseguir un equilibrio entre la luz que necesitan las proyecciones para no verse diluidas y la que necesita el actor para poder ser observado y reconocido hasta en pequeños gestos de la cara. Y tristemente se queda en medio. A momentos oscura, a momentos atiborrada de colores, vuelve a traicionar a Bernardo Gamboa que no termina por ser la figura principal del monólogo que depende de él para ser contado.

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La historia es bella, no tan dolorosa como la mejor conocida «Incendios» de Wajdi Mouawad, pero emocional y humana. Llena de matices y de ficciones biográficas que Mouawad escribe para desahogarse de ellas, y nosotros recibimos para ayudarlo a cargarlas. Un gran texto, inicialmente novelado, excelentemente escogido por Teatro UNAM para un montaje que emociona desde el cartel, con un actor magnífico al cual es un privilegio ver en escena. Un concepto estético que podríamos disfrutar como arte moderno, pero termina por fracasar como escenografía. Al final, una obra que debe ser vista. Un trabajo que tiene que ser disfrutado. Una historia que como el «Obús» del que nunca se habla directamente, pero está presente en el pensamiento, pega y se queda «en el corazón».

Un Obús En El Corazón se presenta jueves, viernes, sábados y domingos en el Teatro Santa Catarina.