A partir de un detestable personaje llamado Rigoberto Duplás, Mercan utiliza la comedia negra para echar limón a una herida llena de misoginia, violencia de género y masculinidad tóxica con una propuesta irreverente e incómoda que a momentos atina con una crítica ácida bien colocada y otros se engolosina en sus propias ganas de crear discurso, perdiéndose en tangenciales.

Mercan tiene una idea muy correcta de cómo triturar el arte desde dentro y usar la comedia en favor de exponer lo que por décadas lleva siendo en apariencia obvio, pero no lo termina de ser realmente sino hasta que se utiliza a un villano para parodiarlo de manera tan ridícula que no puede sino apuntar hacia problemáticas muy ciertas. De modo que Fernando Bonilla creando a un Rigoberto Duplás, un misógino, violento y narcisista artista contemporáneo, se hace de la voz perfecta para poder escupir verdades que ganan peso con la caricaturización que las hace innegables.

Mercan, obra de teatro

En esta inmersiva experiencia que el mismo Duplás asegura, no quiere que sea teatro porque odia al teatro, porque odia poder ver a los actores actuando, Fernando Bonilla (director, dramaturgo y actor) se transforma en Rigo, una figura polémica recientemente cancelada por apropiarse del dolor femenino y utilizar una experiencia de agresión sexual hacia su propia esposa para generar él un discurso re-victimizante y grotesco. Rigo está de vuelta con su nuevo proyecto, respuesta a la funa del anterior, que es… aún peor.

Utilizando a Christian Magaloni, tal cual, Christian el actor, para interpretarse a sí mismo, y a Sophie Alexander-Kats para interpretar a su mujer, Rigoberto Duplás pretende escenificar los momentos de su relación que lo llevaron finalmente a exponer la violencia sufrida por su esposa Carmen, en contestación a las críticas sobre su mal interpretada instalación. Y eso es lo que estamos presenciando en el Foro la Gruta. Un Rigo desparpajado y soberbio que rompe la cuarta pared para exponernos su pensar, por supuesto, tratando a la audiencia como idiota; mientras Christian y Sophie, eslclavizados a su merced, siguen la línea de un director que notoriamente los tiene al borde de meterle un merecido cachetadón.

Mercan, obra de teatro

La obra es un goce de pedradas, insultos y actitudes que sólo a un Rigoberto Duplás el público permitiría. Y eso en sí habla mucho sobre lo codificados que estamos para permitirle voz a cierta gente y a otra tanta no, empezando claro, por las voces femeninas. Y Fernando Bonilla se desvive jugando al imbécil arrogante de una manera tan libre, tan llena de ganas de ver al mundo arder, que es imposible no disfrutar con él lo mucho que el personaje le permite divertirse en escena.

Pero es Sophie Alexander-Kats la que acaba por apropiarse de Mercan desde todos los lugares oportunos: los momentos de comedia, en los que demuestra un instinto para contestar desde lo reseco con tantísimo tino, las escenas de silencio en las que son sus reacciones con sutiles gestos las que dicen más que mil palabras, o las situaciones de verdad donde se coloca en los zapatos del hombre o la mujer, el que le toque hacer según el gusto de Rigo, para apretar los nervios correctos sin jamás necesitar de la exageración o el melodrama. Su trabajo es detallado sin volverse tormentoso, razón por la cual es aún más increíble que se apropie de tantísimos instantes teniendo a su lado a un Bonilla que nunca para de ser un torbellino enorme.

Mercan, obra de teatro

Para hacer más performático el montaje, como lo haría claro un Rigoberto Duplás, sin tener en realidad mucha razón de ser bajo ningún contexto funcional, la obra se complementa con multimedia absurda creada con AI en vivo y al momento, y la participación de público voluntario cuyas respuestas de pronto se transforman en audio que recorre en eco el auditorio. Todo muy exhibición post-moderna que se suma a una crítica que atañe al mundo del arte, el teatro y con mucho más filo al cine y la televisión, donde el abuso de poder y el abuso sexual hacia las actrices sigue siendo el pan de cada día.

Mercan, obra de teatro

Hasta ahí, Mercan tiene los elementos para dejar huella poderosa, pero luego Bonilla se engolosina y en una necesidad por sobre explicarse, quizá justificarse, juega a los 13 minutos de verdades. Literalmente un relojito con 13 minutos aparece en escena y se le pide a todo mundo que en esa pequeña cápsula no se hable con mentiras. Cápsula en la que Rigoberto Duplás desaparece para dejar en escena a Fernando Bonilla y que forzosamente se convierte en una pila de discurso sobre discurso que termina por arrebatarle precisión a todo lo anteriormente presentado.

Mercan, obra de teatro

Claro que la ironía de que sea Fernando Bonilla, un hombre, el que como Rigo decida hacerle de salvador al género femenino, escribiendo con su teclado una vivencia que no le pertenece, es clarísima desde el principio. Y forma parte del ridículo que Mercan quiere que notemos de la permanencia de la voz masculina empapándolo todo sin poder hacerse para atrás. Y claro que esa misma irreverencia hace de Bonilla al Duplás que está tratando de criticar, ¿pero realmente necesitamos que nos lo deletreen para asentarlo? Fernando Bonilla parece creer que sí y arma una escena, mientras se coce un huevo en el fondo que irónicamente termina por quemar lo ya expuesto tanto como al huevo mismo.

Mercan, obra de teatro

Mercan no es la obra que se vuelve tu favorita ni tiene la intención de serlo. Es provocativa e incómoda y su intención pareciera ser la búsqueda de reacciones y sensaciones que cuestan trabajo tallar del cuerpo. Y en muchos sentidos lo logra. Para exponer lo asqueroso uno se tiene que embarrar de mierda, y en Mercan están dispuestos a nadar en ese chiquero. ¿El público? Cada espectador sabrá por su parte. En mi función, una persona que decidió hablar durante la cápsula de verdad resumió un sentimiento muy general hacia la obra: «No me gusta, pero tampoco la odio, está padre que la hagan».

Mercan se presenta viernes, sábados y domingos en Foro La Gruta.